Leyenda del charco de María Teodora

De Malagapedia
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Charco de María Teodora, Jubrique
Una mujer que vivía en la zona del “estercal” contaba una leyenda. Ésta se conoce en el pueblo de Jubrique como: la leyenda del charco de María Teodora. Una misteriosa leyenda de un encantamiento que marcó por siempre uno de los lugares más bonitos del pueblo.

Antes de comenzar el relato es necesario ubicar y describir el pago (zona de campo dentro del municipio) donde se desarrolla la leyenda. A unos 14 km, en dirección a Estepona, se encuentra el “Charco Azul”, en la zona conocida como “el Estercal”. Un poco más arriba se encuentra el charco en cuestión. Es un lugar de media montaña con terreno pedregoso, escarpado y de difícil acceso en aquella época. La vegetación es principalmente de pinos, alcornoques y matorral. Esto favorecía el pastoreo libre de ganado como cabras, ovejas y cerdos. Los veranos, a pesar de ser calurosos, se ven aligerados por la frescura que ofrece el bosque y los abundantes arroyos que, antiguamente, descendían por sus laderas y formaban charcas y pozas más grandes donde refrescarse personas y abrevar el ganado que cuidaban. También eran habituales, sobre todo al amanecer, bancos de niebla que envolvían el paisaje y ayudaban a que las historias, reales o inventadas pudieran tener más emoción y credibilidad. En este marco se desarrolla esta leyenda.

Dice así: En época de los moros, allá por el s.XV, uno de los dueños de esa zona, de quien se dice que era el más rico, tenía una hija llamada María Teodora que era la más pequeña. Solía ir a bañarse a un charco cercano de donde vivía la familia. A partir de la leyenda, actualmente, a ese charco se le conoce como Charco de María Teodora.

Al ser dueño de mucha extensión de tierra, tenía muchos trabajadores que le realizaban distintos trabajos .Entre ellos el relacionado con la cría y cuidado de animales como los cerdos. Las personas que se dedicaban a esta faena eran llamados porqueros ya que aquí a los cerdos se les llaman puercos o también gorrinos.

Cuentan que María Teodora era muy guapa y hermosa. Poseía una melena de largos cabellos rubios y ondulados. Tal vez llamase tanto la atención porque siendo de raza árabe el color de sus cabellos se salía de lo habitual. En cambio, sí mantenía de su raza el color negro de azabache de sus ojos.

Era costumbre en aquella época que las tareas del cuidado de los animales. Sobre todo, cuando se trataba de llevarlos y vigilarlos en el monte, se les asignaba a los varones más jóvenes o adolescentes de la familia. En ests historia se trataba de un zagal, de unos 17 años, alto, fuerte, bien parecido y noble. Persona que, a pesar de estar solo en el cuidado del ganado, era amigable y de buen trato. De él no se conoce el nombre. María Teodora iba al charco a bañarse en la época de calor. El porquero también acudía al charco para que el ganado bebiese. Es por ello que, alguna que otra vez, coincidía que ella lo podía observar desde lejos. Fue así como la muchacha empezó a tener sentimientos de amor hacia aquel muchacho. Pero ella sabía que, dada su posición como hija del dueño, y la de él, como un vulgar porquero, una relación sentimental no podría llegar a un buen fin. Su enamoramiento iba en aumento y, es por eso que propició un encuentro con el muchacho.

Un día, tras estar varios días acechando para asegurase cuando el zagal acudía con el ganado al abrevadero, se hizo presente. Él, como era amigable y, por tratar con buena educación a la hija de su señor, accedió a mantener conversación con ella. Los encuentros eran cada vez más frecuentes, aunque a escondidas.

En esa época dos personas de distinto rango social no podían aspirar a mantener una relación amorosa.

Como jóvenes, trataban de disfrutar y pasarlo bien sin pensar en las consecuencias que su relación pudiera o no tener. Era evidente que los dos estaban enamorados

Pero llegó el día en el que sucedió lo inevitable.

Al igual que el porquero, otros trabajadores como cabreros, carboneros, arrieros, que también frecuentaban el lugar y que, como ellos, acudían a refrescarse en las limpias y frescas aguas del arroyo del que se alimentaba el charco, se dieron cuenta de los encuentros que ambos jóvenes mantenían. No cabe duda que fuesen los celos de alguno de estos observadores los que provocaron un chivatazo al padre de la muchacha.

Podemos imaginar la reacción del padre al enterarse de la noticia. Al volver María Teodora de su habitual baño fue llamada por su padre. Al preguntarle éste por la veracidad o no de la noticia que había llegado a sus oídos, la muchacha no negó los hechos.

El padre, en su irritación y montado en cólera le lanzó la siguiente amenaza: -“Prefiero verte muerta antes que verte unida al porquero”.

El padre, a pesar de su descontento, pronto se arrepintió de la amenaza hecha a su hija, no quería, por otra parte dar su brazo a torcer y que la relación de su hija con el porquero siguiese adelante.

Como buena leyenda, en ésta no han de faltar encantamientos o hechizos.

Cuentan que el padre de la muchacha acudió a la más famosa hechicera que había por aquellos entornos. La hechicera le propuso uno de los más atrevidos encantamientos que tal profesión podía ofrecer: la muchacha quedaría encantada para siempre en el charco que tanto le gustaba y donde tantos momentos felices había vivido con su amado si volvía a ver a su amado porquero. No pasó mucho tiempo y, como era de esperar, los amados volvieron a verse en su lugar favorito, y María Teodora quedó encantada por siempre en el charco.

Estos encantamientos permitían la visión física de la persona a la que se le realizaba aunque, por supuesto, esto no era real pues de todos es sabido que las personas no somos inmortales.

Parece ser que una de las aficiones de María Teodora era la música y más concretamente el canto. Tal vez por eso, cuentan, que la visión de la muchacha se producía cuando los que pasaban por allí se acercaban al escuchar el canto joven de una muchacha.

Pero sería injusto terminar este relato sin dar cuenta de lo que le aconteció al porquerito. Tras la decisión del padre de la muchacha, ésta dejó de ir al lugar.

El muchacho pensó que ella se habría escapado. La buscó por los alrededores durante un tiempo.

Fueron algunos de sus compañeros los que, al verlo triste y preocupado, se atrevieron a contarle la decisión del padre.

Le aconsejaron que, si quería encontrarla, tenía que acudir al charco los días buenos, es decir, claros y con sol. Un día escuchó que del charco provenía un canto. Se acercó. Al verla reflejada en el agua se sumergió para ir a su encuentro.

A partir de aquí, cada cual deberá ejercitar su imaginación pues no se ha contado nada sobre el final de su vida.

Actualmente todavía se sigue contando esta leyenda y es una de las de más interés.

Como leyenda que se ha sido transmitida oralmente y cada cual la cuenta a su manera, no es de extrañar que haya versiones distintas.

Bibliografía: fuentes orales del pueblo de Jubrique.

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