Bernardo, el herrador
No son muchos los viejos artesanos del pueblo, pero bien merecen ser resucitados en esta página para el general conocimiento de todos aquellos que por su juventud no llegaron a conocerles. Hablé hace días de
Manuel, el Herrero, y hoy quiero trasladarme hasta el comienzo de la calle la
Charca.
Para muchos habría que explicarles cuál es la función de El Pilar, el por qué de ese añadido a Los Chorros que no estaba allí para que Diego el Portero metiera una o dos cajas de cervezas los domingos, antes de la llegada de los frigoríficos; evidentemente tampoco se trata de un baño público para la chiquillería, sino de un abrevadero para el ganado que
hasta entrados los años 60 era abundante en el pueblo. Como no existía red de
distribución pública del agua potable –tampoco las residuales-, los animales estabulados había que llevarlos
al Pilar a beber, tarea que en ocasiones recaía como tarea de los más jóvenes.
Era rara la casa que no contaba con una cuadra al fondo o en su defecto en las
cercanías de la población; animales de carga o tiro a los que había que
atender, además de alimentarlos y abrevarlos, en calzarlos adecuadamente para
las tareas agrícolas.
Tanto las bestias de carga como los animales de tiro se deben herrar antes de que éstos comiencen a hacer los primeros trabajos, tarea que desarrollaba en exclusiva en Ojén Bernardo, padre y maestro de Bernardito a
quien ya muchos sí habrán conocido. Esta labor delicada y de cierto riesgo, la
desempeñaba a la puerta de su casa, donde hoy está el almacén de bebidas de uno
de sus nietos. Los niños de los años cincuenta solíamos tomar posiciones en las
cercanías para ver la destreza de Bernardo afilando y modelando las pezuñas con la zuela y
la escofina, hasta que el apéndice del animal tenía la forma adecuada; luego
moldeaba sobre el yunque frío la herradura hasta hacerla coincidir con la
geometría de la pezuña del animal y, con habilidad inusitada, clavaba la misma
y remachaba los clavos por fuera. Durante toda esta faena, el dueño se mantenía
cerca y hacía de colaborador necesario al maestro, a fin de que el animal se
mantuviese tranquilo y confiado.
Como sucede tantas veces, a Bernardo le heredó en el oficio su hijo, quien trasladó el punto de herraje a la suerte que tiene camino de la Almadraba, hasta que fue languideciendo por la desaparición de la cabaña. La
mecanización del campo y el abandono del mismo han hecho que desaparezca el
oficio de herrador, como el plástico acabó con los alfareros, aunque éstos se
mantienen a duras penas con los ornamentos cerámicos.
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