Calle San Sebastián (Frigiliana)

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San Sebastián: Patrón del pueblo de Frigiliana. Festividad: 20 de Enero

Hijo de padres ricos y nobles, nació en Narbona, de Francia, y muy joven recibió el Bautismo. Se alistó en el ejército romano precisamente para practicar la religión verdadera ocultamente y convertir al cristianismo a sus camaradas y a cuantos gentiles pudiese. Creía que podría hacer un gran servicio a la Iglesia. Fue martirizado en el año 288. —

Era Sebastián un soldado valiente y muy apuesto, que formaba parte de la guardia del palacio imperial. El emperador era entonces Diocleciano. Y dícese que Sebastián era por él muy apreciado porque tenía un aire guerrero y a la vez sumiso. Se atraía las simpatías de cuantos le iban conociendo. No es extraño, pues, que Diocleciano le hiciese capitán jefe de su guardia personal, y le distinguiese con otros honores. Pero no sabía el emperador que un tan aguerrido oficial fuese cristiano y no adorador de los dioses del Imperio. En cuanto lo supo, dejó ya de ser su preferido, tuvo que padecer los más crueles castigos, hasta morir por no haber querido renegar de su fe. El que se había ganado la confianza de Diocleciano por haberse destacado en muchas batallas como uno de los soldados más intrépidos, y también por sus costumbres ejemplares, alejadas de los libertinajes de la milicia, desde que confesó paladinamente ser cristiano se convirtió en pesadilla y obsesión suya, fue odiado por él con verdadera ferocidad.

Hacía algunos años que los cristianos de Roma estaban algo tranquilos. Aquella temporada de paz permitió que Sebastián trabajase mucho, como se había propuesto, propagando la verdadera religión dentro del ejército y entre muchas personas distinguidas de la gran Urbe. Es claro que todo debía realizarlo con prudentísimo secreto. Nadie podía asegurar que la persecución no era posible que estallase de un momento a otro.

Encuadrando el glorioso apostolado y el martirio de San Sebastián en los relatos tradicionales, debemos decir que fué hacia el año 303.

Ni con promesas ni con amenazas pudieron hacerle renunciar a la religión de Jesucristo. Y por esto fue condenado a morir a saetazos, atado a un palo, muy cerca del palacio del emperador. Las flechas fueron hiriendo su cuerpo y llenándolo de sangre. Los arqueros disparaban sin cesar y sin equivocar un solo disparo. Pero Sebastián iba sonriendo y tenía los ojos brillantes de una alegría celeste. Por fin los cerró, y su cabeza y cuerpo cayeron desfallecidos. Los verdugos lo dejaron, creyéndole muerto...

Sin embargo, vivía aún. Una santa mujer, llamada Irene, hizo retirar su cuerpo para darle sepultura; pero viendo que respiraba, lo hizo llevar a su casa, donde reanimarlo, curándose en pocos días todas sus heridas. Entonces, en vez de esconderse, presentóse con más valor que antes al emperador Diocleciano, que se llenó de pánico al verle, pues le creía ya muerto y sepultado. El Santo Mártir proclamó ante él su fe y le reprendió por su crueldad. Indignado Diocleciano, le echó de su presencia, mandando que fuese azotado hasta una muerte cierta.

Así se cumplió. Y para impedir que los fieles lo sepultasen, echóse el cadáver en una cloaca. Pero Santa Lucina tuvo por la noche una visión, en la que el propio Mártir le dijo dónde estaba su cuerpo y dónde quería se le enterrase. La santa cumplió el encargo; y el glorioso héroe fue enterrado en unas catacumbas, sobre las cuales edificóse, y existe todavía, una iglesia en honor suyo.

Es invocado San Sebastián universalmente como protector contra la peste. Así lo hace constar la inscripción de su sepulcro: «A Sebastián, mártir y campeón de Cristo, defensor de la Iglesia, terror de la peste».

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