Diego "Pelorizao" (Ojén)
No era del montón, estaba por encima de la media, y eso no siempre es considerado una virtud, sino alguien a quien poner la zancadilla, cuando la ocasión fuera propicia. De su vieja barbería en la calle de la Charca pasó a instalarse en el centro de la Plaza, donde ejercía el noble oficio y lo compaginaba con la escritura de una carta, la redacción de un contrato de compraventa o alquiler o la correduría de una póliza de seguros.
Vino del otro lado del mar escapando de sus propias ideas o más bien de las ideas imputadas de forma general a esa juventud de los años treinta que tan malas consecuencias tuvo
para tantos. En su Ceuta natal se supo en el punto de mira y trató
de poner su vida a salvo jugándosela en la marejada nocturna de una
barquilla que felizmente terminó encallando en la playa de Estepona.
Buscaba y encontró refugio en Ojén, donde la parentela le dio
cobertura de topo y lo ocultó de posibles delaciones. Lo mismo que
resulta imposible detener la primavera, el vigor juvenil de Diego
dejó semillas que hablaron en el silencio, a la que pusieron por
nombre María Rosa. Desde aquel momento, Diego se hizo vecino de la
muerte en campos de concentración esperando la propia; deambuló por
varias cárceles hasta finalmente alcanzar la libertad, siempre bajo
sospecha.
Sin saberlo, sin haberlo pretendido, estuvo años confinado en la Universidad de los Barrotes, donde personas insignes del saber del momento ejercían la docencia entre
los presos ávidos de conocimiento. Le conocí mayor. Era un hombre
culto, un gran lector, aficionado al teatro en el que desempeñó el
puesto de director y apuntador de aquellos montajes de obras
benéficas para la iglesia; encuadernaba libros en piel y había sido
el maestro de gran número de los hombres del pueblo, cuando sus
ocupaciones campesinas estaban en controversia con el horario
escolar; las madres analfabetas acudían a él para comunicarles a
sus hijos soldados cómo le echaban de menos y las novedades de la
familia; fue el intermediario de la venta de los primeros aparatos de
radio en el pueblo, un magnífico barbero y un gran conversador.
Algunos no le perdonaron nunca su vinculación juvenil a la república; otros no le perdonaron jamás que destacara por encima de la media; yo le agradezco para siempre el
gusto por la lectura que supo comunicar a mi padre, de quien quedé
contagiado, y también las confidencias que tuvo a bien contar a
aquel joven que fui haciéndolo como entre iguales, sin jactancia,
con dolor, pero sin ira. Diego vivió como un vencido, pero nunca se
sintió derrotado.
Principales editores del artículo
- Rubicones (Discusión |contribuciones) [1]