Miguel el Herrero
Uno de los pocos artesanos del pueblo, llamado Miguel el Herrero. Vivía en lo alto de la calle, donde hoy lo hace su hija, casada con –Salvador- el Sr. Peter. Como tantas casas en el pueblo, atravesando la casa se llegaba a un
patio enorme colgado sobre el Tajo que da al molino de Plácido y a las Cuevas tan magníficamente recuperadas como lugar de encuentros culturales. Al fondo, a la izquierda, lo más atractivo de todo: la fragua. A pesar de tratarse de un hombre enjuto y serio, de brazos fibrosos y una fortaleza que se proyectaba a través del mango hasta el martillo, me permitió con frecuencia que accionara los fuelles con los que avivar las ascuas de cok, donde introducía los hierros a los que se disponía a darles formas. Solía hacerlo ayudado por uno de sus hijos, con quien se alternaba golpe a golpe, como en una cantinela sonora sobre el yunque, mientras el hierro candente iba tomando la acerada forma, si era la reja de un arado, o el arabesco de unos barrotes de balcón.
Siempre le agradeceré a Manuel la paciencia que tuvo con este niño mirón, al que le admiraba más la destreza que la fuerza para que los hierros en sus manos alcanzaran las formas pretendidas. Desde entonces, cuando escucho un cante por martinete, siempre lo sitúo en la fragua de Manuel el Herrero, al compás de su martillo sobre el yunque.
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