Semana Santa de Frigiliana

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Semana Santa

La Semana Santa en Frigiliana abre sus celebraciones y pasos procesionales el viernes anterior a la semana de pasión, muerte y resurrección propiamente dicha. Así pues, el Viernes de Dolores procesiona exclusivamente esta hermandad, sin duda la que cuenta con mayor número de hermanos ataviados con túnica negra y capucha en forma de tocado faraónico cayendo sobre la espalda. Esta hermandad, cuya fundación se remonta al 14 de agosto de 1771, hizo su primer paso procesional en la Semana Santa del año siguiente a su constitución, siendo la primera vez que las calles de Frigiliana procesionaron estas túnicas acompañando la imagen de Nuestra Madre y Señora de los Dolores.

Las celebraciones del Domingo de Ramos se abren con la bendición de ramas de olivo y palmas en le Ermita de San Sebastián, localizada junto al cementerio. Desde aquí se sale en procesión portando los penitentes las ramas y palmas bendecidas camino de la iglesia de San Antonio donde se celebra la santa misa. El Jueves Santo, horas antes del paso de Nuestro Padre Jesús Nazareno, Cristo de la Caña y Virgen de los Dolores, tiene lugar la celebración de la Santa Cena, durante la cual el sacerdote lava los pies a doce vecinos que, con sus hábitos y caretas, algunas de las cuales se remontan al siglo XVIII, representan a los apóstoles.

Sin duda el día más solemnizado y por el que es famosa y especial la Semana Santa de Frigiliana es el Viernes Santo. Después de la celebración del vía crucis por las calles del pueblo, tiene lugar la caída de la tarde en la iglesia parroquial la escenificación de la muerte y desprendimiento de Jesús, para seguir, entrada la noche, con la procesión de Jesús yacente en el Santo Sepulcro portado y acompañado por los hermanos de su cofradía, cuya constitución se fundamente a principios del siglo XIX, siendo su túnica del mismo corte que la de la Hermandad de la Virgen, variando el color que en este caso es morado con cenefas amarillas. Pero el sentido trágico de la pasión y muerte que congrega en las calles de Frigiliana a miles de personas, se patentiza en la procesión de la Soledad, exquisita muestra del espíritu barroco que aún envuelve la Semana Santa de Frigiliana y en la que pueden tomar parte sólo y exclusivamente mujeres, independientemente de su raza, condición, nacionalidad o credo, pero, eso sí, su vestuario debe ceñirse estrictamente a la tradición inquebrantable del riguroso luto.

Esta procesión, que sale a las calles inmediatamente después de la conclusión del paso del Santo Sepulcro y Virgen de los Dolores, sume el Caso Antiguo en una total e inquietante oscuridad, quedando iluminados los rincones por donde transita por la tenue luz de los cirios que portan cientos de mujeres rigurosamente enlutadas según las normas que previamente establece la Agrupación de Cofradías. La verdad sea dicha, si Frigiliana puede presumir de ser el escenario perfecto para la celebración del Día de la Cruz con la explosión floral de sus calles y plazas, es en la Soledad donde el antagonismo de la muerte y la pena compartida por las mujeres en sus cantos marianos, muestran en las bellas y enigmáticas calles del barrio morisco la esencia más sublime del recogimiento que para nada recuerda el siglo XX. Es la luz, solo la temblorosa luz de las velas y el silencio, un silencio fugazmente interrumpido por el lamento de una saeta y el canto de las mujeres, lo que convierte a la procesión de la Virgen de la Soledad en una manifestación autóctona, imitada en su forma en otros muchos lugares, pero nunca alcanzados su espíritu y esencia a los que sólo se llega por el camino de la fe.

La Hermandad del Resucitado pone fin a las celebraciones de Semana Santa el Domingo de Resurrección. Esta Hermandad, fundada en 1988, cuyos hermanos se visten con túnica y capuchas blancas y capa verde como homenaje implícito a la tierra, procesiona su paso al sol del mediodía acompañado por la Banda de Música, mientras en su pausado avance las imágenes de Jesús Resucitado y la Virgen de la Aurora reciben el homenaje de los vecinos que desde los balcones engalanados con las mejores colchas de la casa, arrojan pétalos de rosa como canto a la nueva vida que se anuncia la muerte del Viernes Santo.

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