María Zambrano

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María Zambrano Alarcón (n. Vélez-Málaga, 22 de abril de 1904 – † Madrid, 6 de febrero de 1991), filósofa y ensayista española, discípula del famoso filósofo, también español, José Ortega y Gasset.

Biografía

María Zambrano nace en Vélez-Málaga, hija de Blas Zambrano García de Carabante y Araceli Alarcón Delgado, ambos maestros.

En el año 1908 se traslada con su familia a Madrid, y vive concretamente en el n.º 8 de la calle Redondilla. Más tarde, en 1909, la familia se traslada a Segovia donde transcurre su adolescencia, a causa de que a su padre Blas, le habían otorgado la cátedra de Gramática Castellana en la Escuela Normal de Maestros de la ciudad, mientras María estudió en el Instituto de dicha ciudad.

En Segovia su padre ingresa en la Agrupación Socialista Obrera, de la que será presidente, y además funda el periódico Segovia y la revista Castilla. El 21 de abril de 1911 nace su hermana, Araceli Zambrano y en otoño de 1913 comienza los estudios de bachillerato en el Instituto. Estos años coinciden con la gran amistad de su padre, Blas Zambrano, con Antonio Machado, quién llega a Segovia el 2 de noviembre de 1919 para ocupar la plaza de Historia de la Literatura Española en el Instituto de Bachillerato. Se les solía ver a menudo, a don Blas y don Antonio Machado, en las tertulias del café La Unión.

En 1921 María se matricula por libre en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid, donde toda su familia se trasladaría en 1924, viviendo primero en la Plaza de los Carros y más tarde en la Plaza del Conde de Barajas. En 1927 asiste a las clases de José Ortega y Gasset y de Xavier Zubiri en la Universidad Central de Madrid, completando así la carrera de Filosofía y asumiendo un papel de mediadora entre Ortega y algunos escritores jóvenes, como Sánchez Barbudo o José Antonio Maravall.

En el año 1931 fue profesora auxiliar de la Cátedra de Metafísica en la Universidad Central, hasta el año 1936, aunque ya por esta época trabaja en la que va a ser su tesis doctoral «La salvación del individuo en Spinoza». En 1933 publicó su primer ensayo, Por qué se escribe, en la Revista de Occidente, y más tarde colabora en otras revistas como Los Cuatro Vientos y Cruz y Raya.

Durante los años de la IIª República conoce y estrecha su amistad con Luis Cernuda, Rafael Dieste, Ramón Gaya, Miguel Hernández, Camilo José Cela o Arturo Serrano Plaja a través de las Misiones Pedagógicas y de otras iniciativas culturales.

El 14 de septiembre de 1936 María contrae matrimonio con el historiador Alfonso Rodríguez Aldave, marchándose poco tiempo después a Chile, donde éste había sido nombrado secretario de la Embajada de España. Haciendo escala en La Habana, conoce allí a José Lezama Lima y pronuncia una conferencia sobre Ortega y Gasset. Fue en 1937, el mismo día en que cae la ciudad de Bilbao, cuando María Zambrano y su marido regresan a España; a la pregunta de por qué vuelven si la guerra está perdida, responderán «Por eso». Colabora en la defensa de la República y es nombrada Consejera de Propaganda y Consejera Nacional de la Infancia Evacuada.

El 29 de octubre de 1938 muere su padre, Blas Zambrano, al que Antonio Machado dedica un capítulo de su Mairena póstumo.

Hasta el día de su salida camino del exilio, María Zambrano reside sucesivamente en Valencia y Barcelona. Su marido se incorpora al ejército, y colaborará en defensa de la República como Consejero de Propaganda y Consejero Nacional de la Infancia Evacuada. El 28 de enero de 1939 María cruza la frontera francesa, camino del exilio y en compañía de su madre, Araceli Alarcón, su hermana Araceli y el marido de ésta. Tras unas breves estancias en París y Nueva York se dirige a La Habana, donde reencuentra a Lezama Lima y es invitada como profesora de la Universidad y del Instituto de Altos Estudios e Investigaciones Científicas. De La Habana se dirige a México, donde es nombrada también profesora en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo de Morelia, (Michoacán). En 1943 y 1944 dicta cursos en el Dto. de Estudios Hispánicos de la Universidad de San Juan de Puerto Rico, así como en la Asociación de Mujeres Graduadas. Igualmente conferencia en la Asamblea de Profesores de Univ. en el exilio (La Habana).

En septiembre de 1946 viaja desde La Habana a París con motivo del fallecimiento de su madre, permaneciendo en esta ciudad y en esos duros años de postguerra hasta el 1 de enero de 1949. Desde esta fecha se traslada a La Habana, donde vivirá hasta 1953, impartiendo conferencias, cursos y clases particulares. Vuelve a Europa y se instala en Roma hasta 1964, relacionándose con intelectuales italianos como Elena Croce, Elémire Zolla y Victoria Guerrini, y españoles como Ramón Gaya, Diego de Mesa, Carmelo Pastor, Enrique de Rivas, Rafael Alberti y Jorge Guillén. Este mismo año se sitúa en la vieja casa de La Pièce, junto al bosque del Jura francés, lugar que entronca con su libro Claros del bosque.

Reconocimientos

Con el artículo de José Luis López Aranguren «Los sueños de María Zambrano» (Revista de Occidente, feb. de 1966) se inicia un lento reconocimiento en España de su obra. Todo el año 1973 lo pasa en Roma y de 1974 a 1978 vuelve a residir en La Pièce escribiendo Claros del bosque y manteniendo una intensa correspondencia con Agustín Andreu. El deterioro de su salud física es constante cuando en 1978 se traslada a Ferney-Voltaire, donde permanece dos años, hasta que en 1980 se traslada a Ginebra. En ese año, a propuesta de la colonia asturiana en Ginebra, es nombrada Hija Adoptiva del Principado de Asturias, lo que constituyó su primer reconocimiento oficial.

En 1981 es recompensada con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, a su vez el ayuntamiento de Vélez-Málaga, su ciudad natal, la nombra Hija Predilecta. Al año siguiente, el 19 de diciembre, la Junta de Gobierno de la Universidad de Málaga acuerda su nombramiento como Doctora honoris causa. El 20 de noviembre de 1984 María Zambrano pisa de nuevo suelo español y se instala en Madrid, desde donde salió en pocas ocasiones. En esta última etapa la actividad intelectual será incansable, siendo nombrada Hija Predilecta de Andalucía el 28 de febrero de 1985. Después, en 1987, se constituye en Vélez-Málaga la Fundación que lleva su nombre, y en 1989 se le concede el Premio Cervantes.

El 6 de febrero de 1991, María fallece en Madrid, siendo enterrada en su ciudad natal.

No obstante seguirá recibiendo reconocimientos sociales, como el de «Hija Predilecta de la Provincia de Málaga» el 25 de abril de 2002. El 27 de noviembre de 2006 el Ministerio de Fomento bautizó con su nombre la estación central de ferrocarril de Málaga. En 2008 se botó el buque remolcador de Salvamento Marítimo BS-22 María Zambrano, en su honor.

Cronología

  • 19041939 • Estudios en la Universidad de Madrid, principios como escritora; vida intelectual madrileña en los años veinte y treinta; participación en la guerra de 1936 y con el gobierno republicano, que la condujo al exilio.
  • 19401953 • Exilio americano (México, Cuba, Puerto Rico, y nuevamente en Cuba), publicación de sus obras filosóficas más importantes.
  • 19541983 • Alude a sus años de exilio en Europa, concretamente en Italia, Francia y Suiza.
  • 19841991 • Relata los últimos años de su vida, desde su regreso del exilio hasta su muerte, acaecida en Madrid en febrero de 1991.

Filosofía

Para María Zambrano la filosofía empieza con lo divino, con la explicación de las cosas cotidianas con los dioses. Hasta que alguien se pregunta ¿Qué son las cosas? entonces se crea la actitud filosófica. Para Zambrano existen dos actitudes: la actitud filosófica, que se crea en el hombre cuando se pregunta algo, por la ignorancia, y la actitud poética, que es la respuesta, la calma y en la que una vez descifrada encontramos el sentido a todo.

La cuestión y su método

La establece bajo dos grandes cuestiones: la creación de la persona y la razón poética. La primera de ellas presentaría, digamos, el estado de la cuestión: el ser del hombre como problema fundamental para el hombre. Y se constituye como problema para el hombre lo que el hombre sea, porque se presenta su ser en principio como anhelo, nostalgia, esperanza, y tragedia. Si la satisfacción fuera su lote, ciertamente no se propondría su propio ser como problema.

El tema de la razón-poética, por otra parte, sin haberse expuesto especial y sistemáticamente en ninguna de sus obras, subyace no obstante en todas ellas hasta el punto de constituir uno de los núcleos fundamentales de su pensamiento. La razón-poética se construye como el método adecuado para la consecución del fin propuesto: la creación de la persona. Ambos temas abordados con amplitud, aglutinan como adyacentes todas las demás cuestiones tratadas. Así, la creación de la persona se relaciona estrechamente con el tema de lo divino, con el de la historia y con la fenomenología de los sueños, y la razón-poética con la relación entre filosofía y poesía o con la insuficiencia del racionalismo.

La fenomenología de lo divino

En su prólogo a la edición de 1973 de El hombre y lo divino, Zambrano comentaba que «el hombre y lo divino» podría muy bien ser el título que le conviniese mejor a la totalidad de su producción. Y en efecto, la relación del hombre con «lo divino», con la raíz oscura de lo «sagrado» fuera y dentro de sí, de ese «ser» que ha de darse a luz, a la visión, es una constante en toda su obra. Fenomenología de lo divino, fenomenología de la persona o fenomenología del sueño, siempre se trata de una indagación que apunta a la desvelación de «lo que aparece», el phainómenon que en su aparecer constituye lo que el ser humano es. Búsqueda esencial, por tanto, búsqueda de la esencia sagrada, inasible, de lo humano que sin embargo se muestra de múltiples maneras, bajo aspectos que hemos denominado «los dioses», «el tiempo» o «la historia», por ejemplo.

Desde el albor de la historia, cuando el hombre se veía inmerso en un universo sagrado, hasta el momento de la conciencia en que la historia es asumida con responsabilidad por el individuo en trance de convertirse en persona, ha tenido lugar un largo proceso durante el cual ese individuo ha ido ordenando la realidad, nombrándola, al par que asumía el reto de la pregunta en los momentos trágicos, los momentos en que los dioses ya no eran la respuesta adecuada. Este largo proceso es descrito por Zambrano como el paso de una actitud poética a la actitud filosófica. La poesía, piensa Zambrano, es respuesta, la filosofía, en cambio, es pregunta. La pregunta proviene del caos, del vacío, de la desesperanza incluso, cuando la respuesta anterior, si la había, ya no satisface. La respuesta viene a ordenar el caos, hace al mundo transitable, amable incluso, más seguro.

Tratar con la realidad poéticamente, piensa Zambrano, es hacerlo en forma de delirio, y «en el principio era el delirio», y esto quiere decir que el hombre se sentía mirado sin ver. La realidad se presenta completamente oculta en sí misma, y el hombre que tiene la capacidad de mirar a su alrededor —aunque no a sí mismo—, supone que, como él, aquello que le rodea también sabe mirar, y le mira a él. La realidad está entonces «llena de dioses», es sagrada, y puede poseerle. Detrás de lo numinoso hay algo o alguien que puede poseerle. El temor y la esperanza son los dos estados propios del delirio, consecuencia de la persecución y de la gracia de ese «algo» o «alguien» que mira sin ser visto.

Los dioses míticos se presentan como respuesta inicial; la aparición de estos dioses es una primera configuración ordenada de la realidad. Nombrar a los dioses significa salir del estado trágico donde estaba sumido el indigente porque al nombrarles se les puede invocar, ganar su gracia y apaciguar el miedo.

Los dioses, pues, son revelados por la poesía, pero la poesía es insuficiente y llega un momento en que la multiplicidad de los dioses despierta en los griegos el anhelo de unidad. El «ser» como identidad aparecía en Grecia como la primera pregunta que, no siendo aún del todo filosofía, arrancaba al hombre de su estado inicial porque señalaba la aparición de la conciencia. La primera pregunta es la pregunta ontológica: «¿Qué son las cosas?». Nacida, según Ortega, del vacío de ser de los dioses griegos, esta pregunta daría nacimiento a la filosofía como saber trágico. Toda pregunta esencial es, para Zambrano, un acto trágico porque proviene siempre de un estado de indigencia. Se pregunta porque no se sabe, porque algo se ignora, porque algo falta; la ignorancia es la falta de algo: de conocimiento o de ser. Estos actos trágicos se repiten cíclicamente, porque también es cíclica la destrucción de los universos míticos. Los dioses aparecen por una acción «sagrada», pero también hay un proceso sagrado de destrucción de lo divino. La muerte de los dioses restaura el universo sagrado del principio, y también el miedo. Cada vez que un dios muere sucede, para el hombre, un momento de trágico vacío.

Durante el tiempo que media entre el advenimiento de los primeros dioses y el asentamiento del dios cristiano, había sucedido, al par que una interiorización de lo divino, el descubrimiento de la individualidad. El nacimiento de la filosofía había dado lugar al descubrimiento de la conciencia, y con ella, a la soledad del individuo. Lo divino había tomado el aspecto de la extrema extrapolación de los principios racionales. Por ello, el dios al que mató Nietzsche era el dios de la filosofía, aquel creado por la razón. Nietzsche decidió, según Zambrano, volver al origen, hurgar en la naturaleza humana en busca de las condiciones de lo divino. Con Nietzsche se fraguó la libertad trágica según Zambrano, exultante según el propio Nietzsche y con ella la recuperación, en lo divino, de todo aquello que, definido por la filosofía, había quedado oculto. De esta manera, Nietzsche destruyó los límites que el hombre había establecido para el hombre; recuperó todas sus dimensiones, y por supuesto «los ínferos», los infiernos del alma: sus pasiones. Y en los infiernos: la oscuridad, la nada, lo opuesto al ser y la angustia. La nada ascendió entonces desde los infiernos del cuerpo y penetró por vez primera en la conciencia ocupando allí los lugares del ser.

No obstante la nada, amenazante para el ser cuando éste pretende consagrarse, es también posibilidad, pues cuando una ausencia se hace notar y esto nos recuerda a Sartre se padece: la nada padecida como ausencia es nada de algo, por lo que también es posibilidad de algo. La nada de ser apunta al ser como a su contrario. Pero ¿a qué tipo de «ser»? El de los griegos se había transformado de ontológico en teístico-racional, y éste se había anegado en los abismos existenciales. No era pues recuperable aquel concepto. Pero sí lo era el «origen». Y al «ser» como «origen», a esa nada del comienzo, a ese lugar sin espacio y sin tiempo donde «nada se diferenciaba», a lo sagrado puro, es a lo que Zambrano pretendió volver o llegar. Eso sagrado, no es sino la pura posibilidad de ser. A partir de esa «nada» el hombre habría de tomar sobre sí la responsabilidad de crear su ser, un ser no ya conceptual sino histórico; crearse a sí mismo a partir de la nada, bajo su propia responsabilidad apenas nacida, con la libertad que el surgimiento y la aceptación de la conciencia le proporciona. A partir de aquí puede iniciarse el largo proceso de la creación de la persona.

Racionalismo e historia

El racionalismo es expresión de la voluntad de ser. No pretende descubrir la estructura de la realidad sino que asienta el poder desde una presuposición: la realidad ha de ser transparente a la razón, ha de ser una e inteligible. El racionalismo, como todo absolutismo, de alguna manera mata a la historia, la detiene, porque realiza la abstracción del tiempo. Situado entre verdades definitivas, el hombre deja de sentir el paso del tiempo y su constante destrucción, deja de sentir el tiempo como oposición, como resistencia, deja de saberse en lucha perpetua contra el tiempo, contra la nada que adviene a su paso. Si toda historia es construcción, arquitectura, el sueño de la razón, del absolutismo y de las religiones monoteístas es construir por encima del tiempo. La conciencia, en esa atemporalidad artificial de lo eterno verdadero, no puede despertar, ya que la conciencia surge al par que la voluntad personal y ésta se crece con la resistencia.

El problema que preocupa a Zambrano es «humanizar la historia y aun la vida personal; lograr que la razón se convierta en instrumento adecuado para el conocimiento de la realidad, ante todo de esa realidad inmediata que para el hombre es él mismo». Humanizar la historia: asumir la propia libertad, y ello mediante el despertar de la conciencia personal, la cual tendrá que asumir el tiempo, y más aún: los distintos tiempos de la persona.

La creación de la persona

Los mismos parámetros con los que define Zambrano la historia social, es aplicado por ella a la historia personal, y no ha de extrañar, puesto que la historia, la de todos, la hacen individuos que proyectan a nivel social sus temores, sus angustias, sus ansias, sus abusos, su ignorancia, sus anhelos. Las deformaciones sociales son la institucionalización de las deformaciones personales, y las constituciones, el precio que paga cada cual por atenuar consensualmente su propia angustia vital. Así pues, el endiosamiento de unos, la enajenación de otros (idolatría y sacrificio), la instrumentalización de la razón y la estructura temporal son pautas correctamente aplicables a la Historia la de todos, la que se construye en comunidad y a esa otra historia que es el argumento de cada ser humano, padecida en la Historia y bajo ella.

El hombre como ser que padece su trascendencia

El hombre no es solamente un ser histórico, aquel cuyo tiempo sea el sucesivo, tiempo de la conciencia aplicado a la realidad como sucesión de acontecimientos. El hombre es ante todo aquel ser destinado a trascender, a trascenderse a sí mismo padeciendo esta trascendencia, un ser, el hombre, en perpetuo tránsito que no es solamente un pasar sino un pasar más allá de sí: de aquellos personajes que el sujeto va ensoñando con respecto a sí mismo. Que el hombre sea un ser trascendente significa que no ha acabado de hacerse, que ha de irse creando a medida que va viviendo. Y si el nacer es salir de un sueño inicial, el vivir será ir saliendo de otros sueños, sucesivos éstos, mediante sucesivos despertares.

La fenomenología del tiempo

La estructura de la persona se elabora, como la historia, sobre otra estructura: la temporal. Pero aunque la historia se conforme de acuerdo con múltiples tiempos, éstos se incluyen siempre dentro del tiempo propiamente histórico: el sucesivo; la multiplicidad temporal significa tan sólo la multiplicidad de ritmos, el «tempo» de las conexiones entre el suceso, su memoria y su proyección. Los tiempos del sujeto suponen algo más. Esquemáticamente, pueden distinguirse:

  • Tiempo sucesivo o tiempo de la conciencia y de la libertad, medible en sus tres dimensiones (pasado-presente-futuro);
  • Tiempo de la psique o atemporalidad inicial, tiempo de los sueños, donde el pensamiento no tiene cabida, ni tampoco la libertad. En esta atemporalidad el sujeto no decide, no mueve sino que es movido por las circunstancias;
  • Tiempo de creación o estados de lucidez, otro tipo de atemporalidad, pero a diferencia de la anterior, creadora. El sujeto no se encuentra bajo el tiempo, como en la atemporalidad de la psique, sino sobre el tiempo. Esta atemporalidad puede dar origen por un lado a los descubrimientos del arte o del pensamiento, y por otro, al descubrimiento personal o lo que Zambrano entiende por «creación de la persona». Estos instantes de lucidez en que el tiempo de la conciencia se suspende son aquellos en los que se producen los «despertares».

La forma sueño

La fenomenología de la forma sueño secunda el estudio de los tiempos partiendo de la consideración de que en la vida humana se dan diversos grados de conciencia, y sobre todo, diversas maneras de estar la conciencia adormecida o subyugada. Vio María Zambrano la necesidad de proceder a un examen de los sueños no tanto en su contenido de esto ya se había encargado el psicoanálisis y no siempre con buena fortuna como en su forma, es decir, en el modo que tienen estos estados de presentarse. Distinguió así entre dos formas de sueño:

  • Sueños de la psique, que corresponden a la atemporalidad de la psique, y entre ellos principalmente los sueños de orexis o de deseo, y los sueños de obstáculo, y
  • Sueños de la persona, también llamados sueños de despertar o sueños de finalidad, que son los que procuran a la persona la visión necesaria para su cumplimiento. Cuando surgen durante la vigilia, son denominados sueños reales, y han de ser descifrados a modo de enigma.

La cuestión ética: la acción esencial

Los sueños de la persona exigen, por parte de ella, una acción, y la única acción posible, bajo el sueño, es despertar. La acción es distinta por completo de la actividad por cuanto que se trata de un hacer libre que le corresponde a la persona mientras que la actividad es el movimiento del personaje, ese continuo activarse que también es propio de la mente cuando actúa sin control. Se trata de la misma distinción que Zambrano hace entre transitar y trascender: el movimiento del personaje es un tránsito; el de la persona es trascendencia, un ir más allá de sí creándose a sí misma. La acción de la persona es siempre acción esencial: está encaminada al cumplimiento de su finalidad-destino, lo cual equivale a decir que, en su acción, la persona se cumple como tal.

La acción proviene siempre de un sujeto, pero de un sujeto que es, ante todo, voluntad, pues hay otra parte del sujeto, el yo, al que se le atribuye propiamente la conciencia. Esta diferencia es importante a la hora de entender que la conciencia a menudo se opone a cualquier tipo de despertar. El yo, sabiéndose vulnerable, actúa a modo de soberano implacable, defendiendo su reino el de la razón, el de las leyes y los hábitos erigiendo murallas que le aíslen del espacio exterior extraconsciente. Al soberano Yo le aterra la idea de ver tambalearse lo bien establecido; teme más que nada saber que su reino, establecido en un espacio y un tiempo conocido y al que posee, es como un barco que navega sobre el mar de la atemporalidad. Pero Zambrano advierte: «si una tal vigilia se cumpliera a la perfección, el sujeto soberano pasaría su vida en estado de sueño». Afortunadamente no es así; el soberano es vulnerable, y en las murallas pueden abrirse brechas que dejen pasar algo de la atemporalidad exterior, algo aún por interpretar, algo con lo que volver a construir la realidad, otra realidad, algo, sobre todo, que modificará a la persona puesto que cualquier acción comprensiva va cumpliendo en ella su destino, que no es otro que, como pensaba Heidegger, «ser comprensivamente».

Razón poética

La razón poética es la razón que propone María Zambrano, distinta de la razón vital e histórica de Ortega y de la razón pura de Kant. La razón de Zambrano es una razón que trata de penetrar en los ínferos del alma para descubrir lo sagrado, que se revela poéticamente. La razón poética nace como un nuevo método idóneo para la consecución del fin propuesto: la creación de la persona individual.

Para Zambrano, el hombre, el yo, está dotado de una sustancia en su interior, el ser, ese ser son los sentimientos, las ideas más profundas, lo más sagradado, de que yo, y de una conciencia, no de una conciencia. A través de estas sustancias debe buscar su unidad como persona. El ser es innato, proviene desde el primer día que existimos, aún sin ser consciente, la conciencia se va creando poco a poco en cuánto nos surgen dudas.

El ser está codificado por la palabra poética, esa palabra debe de ser descodificada por la conciencia, y esta a su vez la logra descodificar por el pensamiento poético. Esa palabra poética descodificada llega a la conciencia del hombre y la convierte en palabra verbal, que es la palabra con la que es capaz el hombre de comunicar. Al ser capaz de comunicar su ser, el hombre ya se ha creado como unidad, ya que es capaz de unir su Conciencia, con su Ser.

Si ponemos de ejemplo a un niño chico, el niño quiere, ama, siente dolor, pero no es consciente de ello (porque tiene el ser, pero aún no ha desarrollado la conciencia) hasta que poco a poco, se va dando cuenta de qué es cada cosa y logra descifrarla (Cuándo se le desarrolla la conciencia y consigue descodificar su ser).

El método. La razón-poética

Un método es un camino, una vía por la que empezar a caminar. Lo curioso, aquí, es que el descubrimiento de este camino no es distinto de la propia acción que ha de llevar al cumplimiento de quien la realiza. Lo propio del hombre es abrir camino, dice Zambrano, porque al hacerlo pone en ejercicio su ser; el propio hombre es camino.

La acción ética por excelencia es abrir camino, y esto significa proporcionar un modo de visibilidad, pues lo propiamente humano no es tanto ver como dar a ver, establecer el marco a través del cual la visión —una cierta visión— sea posible. Acción ética, pues, al par que conocimiento, pues al trazar el marco se abre un horizonte, y el horizonte, cuando se despeja, procura un espacio para la visibilidad.

Puede decirse que el pensamiento de María Zambrano sea una filosofía «oriental» en el sentido en que utilizaban el término los místicos persas: como un tipo de conocimiento que se origina al oriente de la Inteligencia, allí donde el sol o la luz se levanta. Una filosofía por tanto que trata de la visión interior, una filosofía de la luz de aurora. Y la luz inteligible es, claramente en Zambrano, el albor de la conciencia, que no siempre ha de ser la de la razón, o no sólo, o no del todo, pues la razón habrá de estar asistida por el corazón para que esté presente la persona toda entera. La visión depende, efectivamente de la presencia, y quien ha de estar presente es el sujeto, conciencia, voluntad unidos.

La razón-poética, el método, se inicia como conocimiento auroral: visión poética, atención dispuesta a la recepción, a la visión develadora. La atención, la vigilante atención ya no rechaza lo que viene del espacio exterior, sino que permanece abierta, simplemente dispuesta. En estado naciente, la razón-poética es aurora, develación de las formas antes de la palabra. Después, la razón actuará revelando; la palabra se aplicará en el trazo de los símbolos y más allá, donde el símbolo pierde su consistencia mundana manteniendo tan sólo su carácter de vínculo. Entonces es cuando la razón-poética se dará plenamente, como acción metafórica, esencialmente creadora de realidades y ante todo de la realidad primera: la de la propia persona que actúa trascendiéndose, perdiéndose a sí misma y ganando el ser en la devolución de sus personajes.

Razón, pues, pero razón sintética que no se inmoviliza en análisis y deducciones arborescentes; razón que adquiere su peso, su medida y su justificación (su justicia: su equilibrio) en su actividad, siguiendo el ritmo del latir, la propia pulsión interior. Este tipo de razón, a la que Zambrano no ha dudado en llamar «método» no aspira a establecer ningún sistema cerrado. Aspira —y es ésta una aspiración que proviene del alma o aliento de vida— a abrir un lugar que se ensanche como un claro en medio del bosque, ese bosque en que consiste el espíritu-cuerpo de aquel que se cumple en/con el método.

La razón-poética, esencialmente metafórica, se acerca sin apenas forzar el paso, al lugar donde la visión no está in-formada aún por conceptos o por juicios. Rítmicamente, la acción metafórica traza una red comprensiva que será el ámbito donde la razón construya poéticamente. La realidad habrá de presentarse entonces reticularmente, pues éste es el único orden posible para una razón que pretende la máxima amplitud y la mínima violencia.

Verdad, realidad y lenguaje

La idea de conocimiento poético o de razón poética lleva consigo una determinada manera de concebir la verdad, la realidad y el lenguaje. Son diversas las perspectivas que se han planteado acerca de estos conceptos.

La realidad que se presenta al conocer poético es aquel fondo en el que reside lo enigmático, lo misterioso, lo sagrado. «La realidad», como ha escrito María Zambrano, «se presenta al hombre que no ha dudado [...] es algo anterior a las cosas, es una irradiación de la vida que emana de un fondo de misterio; es la realidad oculta, escondida; correspondiente en suma a lo que hoy llamamos sagrado» (El hombre y lo divino).

La palabra realidad, en el contexto del conocimiento poético, apunta a todo aquello que el ser humano experimenta poéticamente como fundamental (la vida, el ser), y de ahí que Zambrano acuda a metáforas como la raíz, el corazón, etc.

El pensamiento de María Zambrano es verdaderamente pensamiento filosófico, metafísico, pero en la medida en que se sitúa en la frontera de lo que es accesible a la razón discursiva, es un pensamiento que se acerca a la mística.

Ahora bien, la realidad solamente es accesible en la actitud no violenta, si no «piadosa» y receptiva del que sabe esperar, escuchar y acoger. De ahí que la verdad se entienda como un don que se recibe «pasivamente», y fundamentalmente como revelación.

Esta verdad, no se revela ni manifiesta en cualquier forma de lenguaje, si no en la palabra poética. Esta no es la palabra que sirve como instrumento de dominio, que nombra y define las cosas para dominarlas y apoderarse de ellas. Tampoco se considera instrumento de comunicación.

En la palabra auténtica, más que comunicación, hay «comunión» entre quienes la escuchan y entienden. Claros del bosque (su obra más importante, quizá, la más sugestiva de todas), esta filósofa señala que «la palabra no destinada al consumo es la que nos constituye: la palabra que no hablamos, la que habla en nosotros y nosotros, a veces, trasladamos en decir».

Todas estas reflexiones de María Zambrano apuntan a instaurar «pensamiento poético», un pensamiento capaz de superar el abismo entre filosofía y poesía (esta es la gran preocupación de Zambrano). Justamente este intento hace que en su discurso parezcan confundirse dos niveles distintos:

  1. El nivel de la reflexión filosófica acerca de la insuficiencia del racionalismo: es un discurso filosófico.
  2. El nivel de «trasladar al decir» es filosófico y de carácter místico-poético. Esta dualidad de planos es, quizá, lo que hace más interesante la lectura de su obra Claros del bosque.

Obra

  • Horizontes del liberalismo (1930)
  • Hacia un saber del alma (1934)
  • Filosofía y poesía (1939)(FCE México)
  • Hacia un saber sobre el alma (1950)
  • El hombre y lo divino (1953)
  • Delirio y destino (escrito en 1953 y publicado en 1989)
  • Persona y Democracia: Una historia sacrificial (1958, reeditado en 1988)
  • España, sueño y verdad
  • Los sueños y el tiempo (reeditada en 1998)
  • El sueño creador
  • Claros del bosque (1977)
  • La tumba de Antígona, (1967) (Mondadori España S.A., 1989)
  • De la aurora (1986)
  • El reposo de la luz (1986)
  • Los bienaventurados (1979)
  • Para una historia de la piedad (1989)
  • Unamuno (escrito en 1940 y publicado en el 2003)
  • Cartas de la Pièce. Correspondencia con Agustín Andreu (escrito en los 70 y publicado en 2002)
  • La confesión, género literario y método (Luminar: México, 1943; Mondadori: Madrid 1988 y Siruela: Madrid, 1995).

Algunos dictados y sentencias

  • La actitud de preguntar supone la aparición de la conciencia.
  • La pregunta, que es el despertar del hombre.
  • La palabra de la poesía temblará siempre sobre el silencio y sólo la órbita de un ritmo podrá sostenerla.
  • Filosófico es el preguntar y poético el hallazgo.
  • La filosofía es una preparación para la muerte y el filósofo el hombre que está maduro para ella.
  • La Tierra lo arregla todo, lo distribuye todo. Bueno, quiero decir estas cosas, si la dejan. Pero no la dejan, no. No la dejan nunca ellos, los que mandan. ¿La dejarán alguna vez que haga su trabajo en paz?
  • Quien tiene la unidad, lo tiene todo.

Bibliografía

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  • Balza, Isabel (2001). Tiempo y escritura en María Zambrano. San Sebastián: Editorial Iralka. ISBN 84-89806-16-0.
  • Beneyto, José María & González Fuentes, Julio (2004). María Zambrano. La visión más transparente. Madrid: Editorial Trotta. ISBN 978-84-8164-703-7.
  • Bundgård, Ana (2009). Un compromiso apasionado. María Zambrano: un intelectual al servicio del pueblo (1928–1939). Madrid: Editorial Trotta. ISBN 978-84-9879-067-2.
  • – (2000). Más allá de la filosofía. Sobre el pensamiento filosófico-místico de María Zambrano. Madrid: Editorial Trotta. ISBN 978-84-8164-428-9.
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Referencia

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