Semana Cultural (Macharaviaya)

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Introducción al Pregón Semana Cultural 2006 de Macharaviaya

'Una semana Cultural que este año nos llega prematura y sin embargo, con todos el sabor de los frutos maduros sin prisas.
El programa de actividades y, por tanto, también su Pregón, ha circulado en dirección contraria por el calendario para abandonar los tórridos comienzos de Agosto y buscar refugio en este Mayo florido y hermoso, como reza el dicho popular.
Macharaviaya, situada sobre un conjunto de colinas en forma de anfiteatro, parece su propio orografía, abocada a la cultura. A lomos de una montaña serpentea, cansada y estrecha, una agreste carretera camino de Macharaviaya. El típico paisaje axarqueño se asoma a cada viraje de sus curvas y nos ofrece una panorámica de singular belleza, como el luminoso y ancho mar Mediterráneo.
Este es uno de los paisajes más sobrios de la provincia de Málaga. En el centro de esta pequeña cuenca destacan el pueblo y su núcleo anejo de Benaque, rodeado de lomas de forma suave que en otro tiempo estuvieron cubierta de viñas y hoy son pastizales en su mayor parte, con algunos rodales de olivares. Tanta sobriedad contrasta con las huellas que han quedado de su glorioso pasado. Cuna de los Gálvez, emana la nostalgia de pasadas grandezas, de la que son testigo mudos su templete y la Iglesia. Junto a Macharaviaya, Benaque, tierra del Poeta de raza, Salvador Rueda.
Poco importa que el número de sus habitantes, (375) no sea el de una gran urbe, lo que nos interesa es que en la medida de sus fuerzas y posibilidades esta localidad es capaz de generar cada año una propuesta cultural más digna, un menú que pueden disfrutar no sólo los lugareños, sino todos aquellos ciudadanos y ciudadanas de la Axarquía malagueña – de más lejos aún- que tengan inquietudes por conocer mejor el sentir el pensar de la gente que viven en este sobrio y maravilloso rincón de Málaga.
Los orígenes de Macharaviaya se pierden más allá de la frontera que marca el comienzo de la ocupación musulmana. Hipótesis que se ve respaldada por el testimonio documental que reseña la conservación de un crucifijo ancestral en la cueva llamada la Hiedra durante los siete siglos de presencia árabe en la comarca. La fundación oficial del pueblo data, como sabes, de 1.572.
Macharaviaya se funda como villa sobre una antigua alquería de origen árabe que le da nombre, y que éste viene de la transcripción fonética de “Machar Ibnk YahYa”, que significa cortijo del hijo de Yahaya, aunque ya a comienzos de siglo había edificada la iglesia parroquial de San Jancinto, que más tarde será reconstruida con la financiación de la Familia Gálvez, y que nos acoge hoy aquí.
Y es que hablar de Macharaviaya es hablar de los Gálvez, una familia que marcó para siempre la historia de esta localidad. Pocas veces, el devenir de una comunidad ha estado tan estrechamente ligado a un apellido, como ocurre en este caso. Porque la influencia de este clan a través de varios de sus miembros fue tal que cambió la fisonomía del pueblo por completo y, aún hoy, resulta visible su huella.
Los múltiples y variados episodios que componen la historia de esta fructífera relación dan comienzo cuando Don José Gálvez y Gallardo, Marqués de Sonora y Ministro de la Indias, consigue, mediante los restes que le proporciona su hidalguía, que el Rey Carlos III le otorgue en 1.763 plenos poderes para establecer las reformas pertinentes en América. Nacía así un vínculo entre Macharaviaya y América que, aún hoy, sigue vivo.
Sus cinco hijos nunca olvidaron sus raíces y su influencia en el Municipio dio pie a que fuera conocida, durante la época de máximo esplendor a finales del siglo XVIII, como la pequeña Madrid.
Matias Gálvez fue Virrey de Nueva España. Le sucedió en el virreinato su hijo Bernardo, Conde de Gálvez, que desempeñó un importante papel en la independencia de los Estados Unidos, Bernardo protagonizó la toma del Fuerte George, un bastión que los ingleses mantenían en la zona Norte del Golfo de Méjico.
Poco importa que el número de sus habitantes, (375) no sea el de una gran urbe, lo que nos interesa es que en la medida de sus fuerzas y posibilidades esta localidad es capaz de generar cada año una propuesta cultural más digna, un menú que pueden disfrutar no sólo los lugareños, sino todos aquellos ciudadanos y ciudadanas de la Axarquía malagueña – de más lejos aún- que tengan inquietudes por conocer mejor el sen
Con esta conquista concluyó en 1.718 la guerra de España y Francia contra Inglaterra en defensa de las trece colonias americanas. El pasado día 8 de Mayo se cumplieron 225 años de uno de los episodios claves en la interesante trayectoria de este precoz militar y político.
Su popularidad fue tal que tras el triunfo, los independentistas llegaron a aclamarlo al mismo nivel que a George Washington, y en la capital de EE.UU tiene dedicada una estatua ecuestre en un lugar preeminente. Aunque sólo vivió 40 años, su existencia no pudo ser más prolífera. A los 16 ya participó en la guerra contra Portugal y a los 24, con el grado de Capitán, fueron destacadas sus incursiones militares en Méjico. Tras una brillante hoja de servicios, en 1.776 fue nombrado Gobernador interino de Luisiana y estableció su base de operaciones en Nueva Orleans con el fin de expulsar a los británicos de la zona Norte del Golfo de Méjico. Llegó a fundar hasta cinco ciudades a las que pobló con habitantes de las Islas Canarias, pero también de la Axarquía malagueña y del Valle del Guadalhorce. San Francisco, San Diego, Galveztonw, Mobile, Pensacola, San Bernardo, Nueva Iberia y otras ciudades de los USA lleva huella en sus corazones de esta saga macharatunga.
Otro Gálvez ilustre fue Miguel Gálvez, Embajador en la Corte de San Petersburgo, al que se le atribuye el mérito de haber logrado que Catalina la Grande probara el vino de esta zona y que, seducida por su gusto, la Zarina levantara los aranceles que gravaban su importación.
De esta familia legendaria nos han quedado diversas muestras repartidas por la fisonomía de Macharaviaya, entre ellas la Casa Museo dedicada ala exposición del patrimonio histórico de la familia Gálvez y al estudio de la Historia hispano-americana. Además, de la construcción de la Iglesia, los Gálvez propiciaron el impulso de la agricultura y la instalación aquí de una fabrica de naipes, que posea el monopolio de este producto para su venta en América.
La producción de esta factoría se cifraba en 30.000 mazos anuales, fabricados con un papel especial que se elaboraba en Benalmádena. Pero como los beneficios del juego suelen irse como llegan, la fábrica dejó de funcionar en 1.815, privando al pueblo de lo que hasta entonces había sido una fuente importante de riqueza.
Las cartas salidas de aquí sirvieron para dirimir miles, millones de partidas a lo largo y ancho del continente americano. Este pueblo se convirtió para los habitantes de allende los mares en la patria de la diosa fortuna, en el horizonte por el que asomaba cada mañana la suerte. Los naipes de Macharaviaya sirvieron para espantar la soledad, para deslumbrar a la concurrencia de la época con algún juego de manos y para levantar inestables castillos en el aire, tan fugaces como la prosperidad nacida de estas barajas aventureras que marcharon a hacer las Indias.
Además de la de los Gálvez, existe muy cerca de aquí, en Benaque, otra casa museo de Gran interés para el visitante, me refiero a la casa en la que vio al mundo el poeta Salvador Rueda en 1.875. Amigo de Rubén Dario, alcanzó a principios de siglo un enorme reconocimiento en Cuba y, además de poesía, escribió teatro, novela y ejerció el periodismo hasta poco antes de su muerte en Málaga en 1.933.
El panorama patrimonial lo completa la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario, cuya arquitectura es un buen ejemplo de la simbiosis de estilo u época que se produce en buena parte de la arquitectura religiosa andaluza. Su torre, sin ir más lejos, fue el alminar desde el que se llamaba ala oración en la antigua mezquita. Hoy en día, el templo alberga en ocasiones recitales de órgano y canto que nos trasladan a un sugerente ambiente medieval.
Hay que reseñar aquí que Macharaviaya ha sido elegido como residencia por numeroso artistas, entre los que se encuentra pintores, ceramistas, escritores,... que han encontrado en estos parajes, en estas calles el lugar idóneo para desarrollar su trayectoria creativa. En un tiempo en el que las nuevas tecnologías nos permiten estar conectados con el mundo a través de medios como la televisión o internet, el sosiego y la belleza de un pueblo como éste es un magnífico caldo de cultivo para que las intuiciones se conviertan en propuesta artística tangible.
Y cuando digo pueblo no me refiero sólo a las edificaciones, sino también a todo el entorno, con el que estas casas se funde para figurar un todo, un paisaje unitario e indivisible que marca la personalidad de este lugar y de todos los que siguen apostando por vivir en él.
La cerámica que adorna vuestras casa, los escudos que nos hablan de las sagas que poblaron este sitio generación tras generación, las telas que visten vuestros lugares más sagrados, el gazpachuelo que frecuenta vuestras mesas, vuestras costumbres más arraigas conforman un paisaje y un paisanaje, reflejan una forma de entender la vida, refleja eso que llamamos cultura.
Debemos sacudir complejos y dar a nuestro patrimonio, material o inmaterial desde los verdiales a las pastorales, pasando por el flamenco, la gastronomía de la zona a los restos arqueológicos, el valor que verdaderamente tienen. Estos hijos sirven para tejer el tapiz de nuestra identidad colectiva. Asumamos que este legado nos aglutina y nos ayuda a conjurarnos para alcanzar una Andalucía mejor. El ser consciente de la relevancia de nuestra herencia cultural, es un paso hacia una sociedad más madura, más segura de sí misma y dispuesta a crecer sin chominismos, pero también sin tener que bajar la mirada ante nadie.
Los resto que una sociedad como la andaluza tiene planteados en el ámbito del patrimonio histórico y etnológico incluye la tan traída y llevada globalización. Las ventajas de este proceso planetario son inmensas, pero tampoco son nimias las preocupaciones que debemos tomar al respecto. Una de ellas es proteger la singularidad de las diversas culturas que existen, de forma que esta globalización no sea una gran ola que anegue el variopinto territorio cultural en que habitamos.
El reto es endiabladamente complicado, pues debemos proteger nuestro folclore, nuestra peculiaridad sin convertirnos en un búnker cultural, sin aislarnos de las corrientes que hoy circulan por todo el orbe a una velocidad y con un caudal impensable hace tan sólo unos años. Si preservamos nuestras raíces es para, por un lado, concurrir a la globalidad llevando entre las manos un maravilloso regalo para el resto de la humanidad y, al mismo tiempo, para no permitir que el ímpetu tecnológico y comercial aniquilen esas raíces en un proceso estandarización a cuyos peligros, reconozcamoslo, estamos expuestos.
La cultura es sin duda un factor socioeconómico que todavía en Andalucía no hemos rentabilizado del todo. En una zona turística como la Costa del Sol, es crucial enriquecer el modelo convencional de sol y playa con nuevas fórmulas en las que el turismo rural y las rutas culturales cobren una relevancia creciente.
Ahora bien, ciudad con matar a la gallina de los huevos de oro. Cuidad con convertir el folclore y la cultura en general en decorados de cartón piedra. Además, sacrificar la autenticidad de nuestras expresiones culturales en pos de una supuesta rentabilidad económica no sólo en una triste elección, sino que además es una mala inversión porque lo que atrae de esa cultura el corazón que palpita en cada rito, en cada gesto, en cada compás, en cada pincelada, en cada nota.
El amor por el pueblo que nos vio nacer es, además de inevitable legítimo, pero no debe ser estético y pusilánime. No ejerzamos un patriotismo de ditirambo, de esos que solazan en un pocerío de la tribu y la autocomplacencia. Mantengamos el apego por la crítica y, en la medida de nuestras posibilidades por la acción. Lo más importante para seguir avanzando en una comunidad, grande o pequeña, es que empujemos todos a la vez y en una misma dirección, que el interés común no sea una túnica subastada a cada momento al mejor postor.
Y hay que crecer sin pensar que la luz está siempre al otro lado de la montaña y que nuestras tierras están condenadas a la perpetúa penumbra. El sol luce para todos y el futuro no tiene reservado el derecho de admisión. No nos emponzoñemos el ánimo creciendo contra vecinos más o menos cercanos, pues ese roce no hace otra cosa que mermara nuestras energías, restar reflejo y frescura a una colectividad que necesita íntegras todas sus capacidades.
Los rencores de aldea meten palos en la prueba del progreso, nos distraen hasta un colapso absurdo y carísimo. Debemos huir de ellos como de la peste, debemos buscar refugio en aguas cristalinas, libre de las miasmas del estancamiento, agua que multiplique los afectos y los efectos, agua de concordancia que desemboque en el delta del bien común. Quevedo dejó escrito: uno a uno somos mortales, juntos somos eternos. La conexión permanente con la comunidad en la que uno creció puede ser una forma de mantener viva la inmortalidad que anima en el alma de todos los niños.
El regreso periódico a las raíces tiene a menudo el efecto de un soplido sobre un dibujo cubierto de ceniza. El aire serrano hace que el panorama que hasta ese momento aparecía brumosa aparezca de repente inesperadamente nítido. El ritmo de la tierra nos devuelve nuestro paso y nos acerca, si no a la solución, sí a la definición del problema.
Hay algo que nos incita a volver de vez en cuando a la nave nodriza, que nos empuja a regresar a la base para recargar las pilas. No es que estemos mal allá donde el destino y nuestras cuitas nos hayan conducido, pero uno llega a pensar que está unido a su pueblo por una especie de cordón umbilical, que, como la propia palabra indica, es un cordón que une el ombligo de uno mismo con la cal y esa cal que baña esta gran pantalla múltiple y quebrada en la que proyectan nuestras vidas.
Pero ojo lo local está perfumado de encantos familiares y cotidianos que hay que apreciar en lo que valen, pero que no tienen por qué colmar todas nuestras expectativas. El conocimiento de nuestro entorno nos dá una seguridad de mesa camilla, una confianza de hule y cisco que nos cuesta trabajo abandonar. Es recomendable refrescar el ambiente algo narcotizante de los braseros con brisas de otros parajes.
Cada cual tendrá que encontrar su medida, la dosis exacta que le conviene, pero tengo la firme convicción de que viajar, conocer otra forma de entender la vida, aprender como otros hombres y mujeres buscan la felicidad amplia nuestra humildad.
Son muchos los vecinos de localidades cercanas -y no tan cercanas- que se acercarán para vivir estos días con vosotros. Esta es, a mi modo de ver, una de las grandes virtudes de la Semana Cultural, pues cuando la gente convive y se conocen queda menos espacio para la desconfianza y los malos entendidos que suelen alimentar la mayor parte de los conflictos.
Toda la comarca mira hacia nosotros esta fecha y se desarrolla, bajo el impulso del Ayuntamiento, un amplio programa de actividades culturales y lúdicas.
Hay sitio para la música clásica y para la propuesta pictórica creativa que nos hizo Robert Harvey, el artista estadounidense que recaló aquí varias décadas y que aquí descansa para siempre, como un macharatungo más, y que se ha constituido en el ejemplo más brillante de hasta qué punto la hospitalidad de Macharaviaya puede ser fecunda desde el punto de vista creativo.
Mañana, además, viviréis dos inauguraciones trascendentales. Por un lado la de la nueva Casa Cosistorial y, por otro, la del Parque de La Luisiana, que evoca con este nombre la estrecha relación de Macharaviaya con aquel territorio americano. Habrá cine, flamenco, coloquios, teatro, concursos gastronómicos, un programa en fin variado que desde hoy hasta el Domingo hará disfrutar a todos cuantos se acerquen a esta histórica y viva localidad.
No os dejéis llevar por la melancolía al recordar los tiempos en los que esta Villa era llamada el pequeño Madrid. Quizás sea mejor que no te comparen con nadie, seguir creciendo con personalidad propia. Mantener limpio y digno un nombre precioso de sabor oriental y que suena a conjuro, a palabra mágica que procede al sortilegio. Pronunciémosla una vez más, como antecedente del milagro que supone cada nuevo amanecer en esta hermosa tierra ¡¡¡MACHARAVIAYA!!! y que esta semana de cultura, que nace esta tarde, consiga esos objetivos últimos de la cultura, de la Cultura con mayúscula, hacernos a los humanos más libres, más solidarios, más tolerantes, y sobre todo un poco más felices.'

Realizado y redactado por el Alcalde de Macharaviaya

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