Guerra Civil en Faraján
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Tres meses duró aquel infierno y convulsión. Meses en los que la imagen diaria que se vivía en Faraján, al igual que en los demás pueblos del Valle del Genal, eran largas colas de personas con sus enseres en caballería que huían sin saber hacia donde y al tiempo sin poder volver hacia atrás. Se dio con frecuencia el caso de personas que huían en dirección hacia Ronda, y a las pocas horas eran vistas de nuevo deshaciendo el camino. Era lógico, en Ronda estaban llegando las tropas del general Valera y Queipo de Llano y por el sur subían las tropas del Tercio Mora Figueroa y el Tecol Yagüe con sus Regulares. Escenas de verdadera piedad limosnera para aquellos niños de pecho y otros de tierna edad que no habían probado bocado en varios días, se vivieron en aquellos meses.
Entre los numerosos grupos de personas que transitaban por estos pueblos, también venían anárquicos, radicales, milicianos… que saqueaban las casas, incendiaron las iglesias, quemaron los santos y libros sagrados, fusilaron… Creencias, símbolos, propiedad, enseres…todo cayó por los suelos ante los atónitos ojos de sus legítimos moradores.
Operaciones militares en el Valle del Genal
Operaciones militares constatadas históricamente.
-La primera bandera falangista de Cádiz, al mando del Comandante D. Manuel Mora Figueroa con 3212 hombres actuó en diversas operaciones militares destacando significativamente en Júzcar donde murieron heroicamente varios miembros de dicha bandera. Un monolito en piedra a la salida de este pueblo recuerda aquella gesta.
-El segundo BON “México” republicano, defendió Cartajima al mando de José Recalde Vela.
-El 16 de septiembre tropas del General Varela y Queipo de Llano conquistan Ronda y el día 20 Faraján y Alpandeire, pero los republicanos recuperan estas localidades hasta el 20 de octubre. Columnas milicianas de Pedro López hostigan los pueblos ocupados y retoman nuevamente Alpandeire.
-Los efectivos nacionalistas que dejaron las tropas para proteger los pueblos conquistados son: Alpandeire 140 hombres, Faraján 150 hombres, Júzcar 300 hombres
-Las columnas nacionalistas del Comandante Hidalgo y Capitán Mora Figueroa conquistaron Igualeja apostándose en el km. 21 de la carretera a S. Pedro de Alcántara que se tomó esta localidad en Enero 1937. Los hechos de Júzcar le promovieron al empleo de Comandante al capitán Manuel Mora Figueroa.
-El Comandante González con 1045 soldados actúa y penetra en el río Guadiaro (Al fondo del Valle del Genal, donde desemboca éste con el Guadiaro).
-La linea del frente entre milicianos y nacionalistas situado en el Valle del Genal estuvo en los riscos de Júzcar y Cartajima, sierras de difícil acceso, parecidas al torcal de Antequera. Y una segunda línea más hacia el Este entre Igualeja, Pujerra, Los Reales Genalcuacil, Jubrique, el Monte el Duque y Casares.
-La marina nacional castigaba casi a diario toda la costa desde Algeciras a Málaga, por lo que el éxodo de personas se desplazó a través de este Valle del Genal hacia Málaga.
-Dos o tres bombas de aviación cayeron en la “Aza Cercal a 1.5 km” de Faraján-Alpandeire, junto al Romeral donde estaba una batería de artillería. Dichas bombas fueron desactivadas al terminar la guerra civil.
-Un camión de fuerzas nacionales del Coronel Corrales que entraron en Faraján cayó en una curva a la entrada de Faraján muriendo dos soldados que fueron enterrados al día siguiente en el cementerio municipal.
-Por la carretera de la costa desde Algeciras el Regimiento nacionalista. Infantería 33, Udes. Regulares de .Ceuta y Falange de Cádiz se toma Casares el 3 de octubre de 1936.
-La vía de escape de las gentes republicanas, anarquistas, milicianos… de todo el Valle del Genal y Guadiaro, fue hacia Ronda a través del Puerto el Viento, El Burgo Junquera; pero al acercarse Varela desde Antequera y Queipo de Llano de Sevilla, dicho éxodo republicano tuvo lugar a través de la “Laguanfría” Conejeras, Marbella, y desde aquí a Málaga a través de la costa, sin duda más castigada por la marina, por lo que utilizaron alternativamente la ruta por Istán, Coín, Cártama, Málaga..
-Un soldado de Alpandeire apodado Macarrete, le pilló el Movimiento en Madrid y según narró al acabar la guerra a sus vecinos de Alpandeire y testificó ante el Comandante del Puesto de la Guardia Civil de Alpandeire, estuvo junto con otros soldados y mandos trasladando en camiones 30 toneladas de oro que iban destinado a Rusia.
Morir en la Memoria.
Decía Pitágoras, que el silencio era la primera piedra del templo de la Sabiduría, dicen los abuelos de Faraján, que por el silencio, las penas van adquiriendo paz en el corazón, al igual que el viento siempre busca en el bosque el sentido de su propia voz. Han pasado algunos años y quiero traer a la memoria, aquellos vivos recuerdos de mi abuela Anita “la Rojas” como solían llamarle cariñosamente sus vecinas y que ella, al calor del fuego del hogarín me narró una Navidad de 1974.
-Cuénteme abuela, lo más gracioso que le pasó durante la Guerra Civil.
-Nadie, Pepe, recuerda con agrado el río ante su cauce seco.
-¿Eso qué quiere decir?
- Que aquella guerra y aquellos momentos fueron un tiempo absurdo, aberrante, muy difícil y sin sentido alguno. Verás Pepe, tras proclamarse la Segunda República Española, hubo una desorbitante subida de precios en los productos básicos de alimentación. Yo tenía tres niños pequeños y el abuelo trabajaba como arriero y vinagrero con aquel mohíno negro que teníamos, y se me ocurrió decir como protesta en la tienda de la tía Flora:”Vota Anita al frente popular y compra harina a treinta reales”. Todas las vecinas que hacían turno en la tienda comenzaron a reir a carcajadas y se quedó en el pueblo como “dicho” cuando algún precio se disparaba de forma anormal.
Cuando saltó el “movimiento” y desembarcar el ejército de Marruecos en Algeciras, grupos de milicianos se fueron internando en estas tierras que huían a la desesperada, ante la presión y avance de las tropas africanistas. Era un ir y venir de personas que huían, que venían de un lugar conocido pero no sabían su destino. Entonces se me ocurrió pedir a mi hermana Bárbara que era costurera, me bordase un banderín rojo con la hoz y el martillo, y otro azul de falange, para cuando llegasen los grupos de tropas sacar uno u otro.
Resulta que en uno de aquellos primeros días, llegó un grupo de milicianos procedentes del lado de Jubrique y entonces me equivoqué y saqué a través de la ventana el banderín falangista, por lo que al instante comenzaron a disparar sobre los huecos de la fachada y tuvo que salir tu abuelo con un pañuelo blanco jurando y perjurando que su mujer (yo) estaba loca, pues querían fusilarnos a todos.
Pocos días después entraron tropas adictas al movimiento y entonces volví a sacar por la ventana el banderín, en este caso un banderín rojo con la hoz y el martillo. Ni que decir tiene que a ambos nos llevaron a la Plaza de Faraján para darnos un escarmiento serio y gracias a la intervención de varias personas influyentes que atestiguaban con insistencia nuestra nula afinidad política y que éramos una familia muy trabajadora, pudimos salvar el pellejo.
¿Por qué me equivoqué de banderín en ambos casos? Simplemente porque desde pequeña tenía cinco dioptrías en los ojos y claro… apenas veía y menos distinguir los colores azul y rojo.
Por eso, aquellos recuerdos, Pepe, fueron como raíces bajo tierra que no exigen ningún premio pero que es imposible ignorarlas; fueron como esa flor que durante el día se deshoja olvidada pero que madura siempre en el fruto dorado del recuerdo, por eso aquel camino ojalá no se nos permita transitarlo otra vez. A veces pienso, que aquel camino parece una guirnalda de versos tejidos con pasos olvidados.
-Es decir, abuela, que las cosas podía haber sucedido de otra manera.
-Eso es, o al menos es lo que me hubiese gustado, ya que parecíamos la imagen de hojas de un sauce desvalido y en desaliento. Todo era un caos: descontento, abandono, humillación, mezquindad, insensibilidad, sucia pobreza…. Por eso no hay inmortalidad suficiente en nuestras lágrimas para mantenerlas siempre vivas. Gracias abuela, por hoy ya es suficiente. No te canso más; otro día, te pediré me cuentes más cosas.
Así vivió esos tiempos de guerra civil, mi abuela Ana Rojas Ayala, que en aquellos días tenía 30 años de edad y que su pasatiempo principal era ser ama de casa cuando ganar el sustento tenía que ser la mayoría de las veces: cortando leña, guardando cerdos, desbrozando matorral o recogiendo higos para los hombres. En todos los lugares, en todas las épocas y hogares, en todas las lenguas…hay un inevitable acopio de sufrimiento porque…es tanto lo que soporta el ser humano, tanto lo que siente, tanta alegría y tristeza al tiempo, el bien y el mal, el choque de una voluntad contra la otra, el deseo contra la realidad, la naturaleza contra la ilusión… En fin, así se hace el relato de la vida de un ser humano, de un pueblo, de una nación… en el que la trama la pone siempre el hombre. Pero lo importante no es que este relato de Anita “la Rojas” haya sido el más real, simplemente…que para vosotros, os suene como el más verdadero.
Otro día, me narró que al cura lo sacaron de un zarzal donde estaba escondido y lo subieron a una camioneta en la que subieron a otro señor por tener una finca, a otro por ser secretario y a otro por ser católico para llevarlos a Ronda y allí darle un “paseillo” (fusilarlos), otro día que formaron un comité y que iban desvalijando alimentos de las casas, otro que las mujeres fueron obligadas a hacer jerseys de lana para los soldados del frente (galería fotográfica nº2)… muchos relatos me contó mi abuela Anita. Yo me quedo con el primero, el de los banderines, que le da más identidad a como era ella de graciosa y zalamera.
Hoy saludo a mi amigo Antonio Torres Gil, farajeño residente en Cádiz a quien le insisto me escriba sus recuerdos de aquellos años de 1936 a 1939, en que él tenía de 7 a 9 años. Estas son sus palabras y sus recuerdos:
“ En aquellos años del principio de la guerra de Julio de 1936, Faraján fue un pueblo que estuvo tomado por las tropas nacionales y republicanas, alternándose estas situaciones en varias ocasiones durante el conflicto bélico. Unos se iban y otros regresaban celebrando sus conquistas y lamentando sus derrotas, no sin antes de haber librado las correspondientes batallas entre ambos bandos. Así hasta finales de Septiembre de 1936 en que el general Queipo de Llano tomó Ronda y desde allí, envió tropas que conquistaron estos pueblos del Valle del Genal.
La guerra alteró los ánimos de todo un pueblo que vivía en paz y sosiego. Las tropas subían y bajaban para relevarse en el frente de combate que estaba situado en el Romeral e inmediaciones. Bueno si no frente de combate digamos grupos armados de ambos bandos. Las balas perdidas disparadas durante los altercados, llegaban hasta el pueblo, y los sufridos habitantes teníamos miedo de ser alcanzados por alguna de ellas. Los niños entre la emoción y el miedo, vivíamos una vida intensa y llena de inquietud por todo lo que sucedía. No llegábamos a comprender el verdadero motivo de todo aquel jaleo que se había montado. Un día, en una de las fases en que las tropas anarquistas dominaban Faraján, una serie de individuos se dedicaba a entrar en las casas a requisar todas las imágenes, cuadros, libros religiosos que tenían las gentes del pueblo. A continuación, tras el saqueo de todas las viviendas amontonaron en la Plaza de Faraján todo lo requisado y le prendieron fuego.
Lo que más me impactó, es que estos hombres y soldados, entraron en la Iglesia y una a una, fueron sacando las imágenes sagradas y arrojándolas a la hoguera. Varios vecinos que escondieron algunas imágenes en el pajar y graneros de sus casas, fueron obligados a traerlos desde su escondite a la hoguera bajo amenaza de fusilamiento. Yo, desde la puerta de María Millán, pues nosotros vivíamos al lado, observaba atónito y asustado, pero al tiempo con curiosidad aquel espectáculo dantesco que sucedía ante mis ojos. Pero la culminación de mi asombro fue cuando observé, en manos de aquellos hombres, la imagen de Jesús Nazareno, tan venerada por todos y que a mi me causaba un respeto enorme su figura y su rostro marcados por el sufrimiento, y con aquellos rasgos tan estremecedores. Al ver aquella imagen caer al suelo, me sentí tan confuso y lleno de miedo que me fui corriendo a casa y no salí en todo el día. Estas escenas penetraron en mi mente con tanta fuerza que han pasado más de 70 años y nunca las he podido olvidar.
Los sufridos farajeños, empezamos a tener miedo, pavor y espanto y ya el pueblo se nos venía encima por los sucesos tan desagradables que ocurrían.
Una noche de madrugada se sintieron disparos a las afueras del pueblo. Mi padre temiendo por nuestra seguridad, nos levantó a todos diciéndonos que nos íbamos al campo a refugiarnos en algún sitio como la Vega Albarrás o Las Chorreras (Galería fotográfica). Estábamos en casa: mi madre, mi padre, mi hermana Catalina y mi hermano Pepe. A mi hermano Miguel, que era el mayor, lo habían reclutado para la defensa del pueblo. Todos juntos y después de recoger lo más necesario para nuestra existencia, nos marchamos por el camino El Molino, “separtaero” del paraje Igualeja hasta dirigirnos a la finca Bodega de Juan Chacón, donde ya había tanta gente que no cabíamos en la casa y todos huidos de Faraján.
Al atardecer del día siguiente, se oían frecuentes disparos en las inmediaciones de los Pinos Reales, situados por encima del lugar donde estábamos. Temiendo que las tropas llegaron hasta nosotros, toda mi familia, mas la de Frasquita Ayala, maestro Roque Ayala y otras muchas personas que no recuerdo sus nombres, nos dirigimos al Arroyo los Templos y nos refugiamos debajo de un enorme zarzal durante toda la noche. Para mí aquello fue una gran aventura aunque observando siempre el miedo que se reflejaba en el rostro de los demás. A media noche, sentimos unas voces cercanas y mi madre reconoció que era la voz de mi hermano Miguel que nos llamaba porque le habían dicho en la Bodega Juan Chacón que nos habíamos refugiados allí.
Mi hermano se puso a contarnos la odisea que habían vivido, diciéndonos que en Faraján se había librado una batalla caótica entre diversos grupos armados y donde nadie sabía en concreto lo que debía hacer, y que aprovechando aquel desaguisado y la oscuridad de la noche, salió como pudo por el camino de Balastar y las Chorreras hasta alcanzar el refugio donde estábamos.
En aquella refriega tuvo lugar la quema de la Iglesia, recién arreglada, pintada y ornamentada con maderas nuevas y retablos, aprovechando como combustible unas “seras” repletas de carbón que había en los marchapiés de la misma Iglesia. Por indicación de mi hermano nos acercamos a un cerro desde donde se veían las inmensas llamas que se elevaban por encima de las casas.
Mi padre y mis dos hermanos, antes de que amaneciera, se marcharon hacia Atajate y campo a través llegaron a Ronda donde estarían más seguros, pues ya Ronda había sido tomada por las columnas del General Varela que entró desde Antequera, del general Queipo de Llano que entró desde Sevilla y del Tercio Mora Figueroa que entró desde Jerez. Nosotros mientras tanto, nos quedamos solos en aquel arroyo oscuro y silencioso. Éramos tres mujeres y yo, un niño muy valiente según ellas, por aguantar con tanta serenidad aquella situación. Sobre media mañana y después de habernos comido unas tabletas de chocolate que nos quedaban, nos dirigimos a la finca La Bodega en busca de los demás para ver lo que había pasado con el intenso tiroteo de los Pinos Reales. Nos dijeron que todo se había tranquilizado. Juanito el de Paz, que había llegado de Faraján, nos dijo que en el pueblo ya todo estaba tranquilo y que podíamos regresar a casa.
En ese momento, después de recoger las cosas que nos habíamos traído, todos los refugiados juntos emprendimos la marcha, entre temerosos y esperanzados hacia nuestro querido pueblo de Faraján. Después de una larga caminata a través del monte, llegamos a la plaza donde la tranquilidad era absoluta y sólo se veían los residuos del fuego en la Iglesia de la noche anterior. Cada uno nos dirigimos a nuestro hogar para descansar y reponernos de los días tan azarosos que habíamos pasado.
Después de unos días de convivencia con soldados y milicias republicanas, pudimos comprobar que no eran tan malos como los habían pintado y que los incidentes ocurridos con la quema de los santos y de la Iglesia, habían sido originados por un grupo de fanáticos incontrolados provenientes de otros lugares y que en su huida pasaron por Faraján. Un día mi padre se enteró de que en la casa de la viña de Antoñita Galindo, arrendada por nosotros, y situada al pie del Romeral, se había establecido una batería de artillería para hacer frente al enemigo que se encontraba en la localidad de Pujerra. Mi padre aquel verano había cosechado y pisado la uva, llenando unas botas grandes de mosto que para aquel entonces ya era vino (Noviembre de 1936).Yo acompañé a mi padre al lugar y pudimos comprobar que no solamente se habían bebido el vino que quisieron, sino que el resto se desparramó por toda la casa a través de de unos agujeros originados con sus machetes en las botas o pellejos.
Mientras mi padre hablaba con el capitán de la batería sobre el asunto, sentimos una bala de cañón que silbaba por encima de nuestras cabezas. En ese momento, el capitán, con voz enérgica dijo:¡Todo el mundo a las baterías y trincheras! A nosotros nos indicó que nos metiéramos en una trinchera detrás de los cañones. Inmediatamente empezó el combate a pleno rendimiento, disparando al enemigo que estaba en Pujerra y éstos lo hacían igualmente hacia donde estábamos nosotros. En esta situación que duró bastante tiempo, hasta después de anochecido, yo observaba desde mi trinchera entre divertido y asustado, cómo los proyectiles salían de la boca del cañón formando una estela de fuego, y también cómo se oían silbar los disparos que pasaban por encima de nosotros. Creo que aquella tarde tuvimos mucha suerte al no caer ningún proyectil donde estábamos atrincherados.
Cuando cesó el fuego, el capitán le dijo a mi padre que me cogiera y se marchara al pueblo porque en aquel lugar corría peligro. A hombros de mi padre nos fuimos camuflando entre los castaños hasta salir a la fuente Los Cerecillos; la luna sonriente surgió por detrás de la loma de Júzcar como si su dulce sonrisa estuviera jugando al escondite en un diseño de guerra que no tenía significado y nosotros a espetaperros para enlazar con la carretera hasta llegar a casa. Pasado algún tiempo, todos los habitantes del pueblo se habían tranquilizados y les era indiferente que estuvieran uno u otro bando en posesión de la autoridad militar. Ello era normal, resultaba que un regimiento de regulares entró desde Algeciras por la costa hasta Málaga y entonces las gentes huían en dirección a Ronda; los republicanos, milicianos y anarquistas de Ronda al verse cercados por las columnas de Varela, Queipo de Llano y tercio Mora Figueroa huían en dirección a la Sierra a esconderse en las montañas del Valle del Genal. Se dio la coincidencia que una de las mujeres que huían y estaba en avanzado estado de gestación, se puso de parto y parió según narra María Téllez en medio de la Plaza de Pujerra asistiendo y recogiendo la niña un tal llamado Miguel el Sacristán. María Téllez, tenía entonces 7 años y observó que hacían de comer en la Iglesia y sacaban la comida a la plaza. Recuerda esta canción que se la escuchó a los milicianos y republicanos:
Ha llegado un batallón
Procedente de Pozoblanco
Daba compasión de ver
Uno cojo y otro manco;
Y un soldado forastero
Se encontraba con delito
Y ha entrado a la Iglesia
A pedirle a San Antonio Bendito:
Como me salves,
Una libra de cera
Te pondré delante.
En la Sierra Oreganal (norte de Igualeja)
Tienen los rojos una fonda
El primer plato que ponen
Son granadas rompedoras
¡Vamos adelante, todos a luchar
Que la victoria, bien mala está!
Mi madre había confeccionado a mi padre un galón rojo para que se lo pusiese en el sombrero durante los días de ocupación republicana y se lo quitase cuando entraran los nacionales. De esta forma se aparentaba la simpatía por el ejército dominante en aquel momento y al mismo tiempo, lo dejaban tranquilo que era lo que él quería. Así galón arriba, galón abajo y escuchando cada día el parte de guerra que lo transmitía la única radio que había en Faraján, que estaba en el café de Juan Antonio, transcurrió unos seis meses de guerra en Faraján sin grandes complicaciones, a excepción de las necesidades de alimentos y de la preocupación constante que teníamos familiares en el frente.”
En fin, que fueron tiempos en los que era necio soñar con la justicia cuando el éxito, gloria y poder es de tu enemigo; un tiempo que giraba en torno a la guerra pero no avanzaba, se nos incitaba a correr pero no había meta, eran momentos aquellos en que daba la sensación de ir guiados por el báculo de un ciego. Me pregunto a veces:¿Dónde esa parte de la vida que se inquieta, a quien acosan las preocupaciones, que se afana en las actividades humanas y que hoy en día parece estar dormida o atrofiada?
Como resumen de este relato:”Morir en la Memoria”, decir finalmente, que dejemos en su sitio los huecos que el discurrir de la vida y la historia va dejando, prefiriendo con humildad ejercitar el heroísmo del perdón antes que soportar la bajeza del olvido.
Galería fotográfica
Bibliografía
-Testimonios de personas que vivieron aquellos tiempos.
-Diario de Operaciones del General Varela.
-Diario de Operaciones del Tercio Mora Figueroa.
-Verdades de la Historia.
Principales editores del artículo
- Zanjuaniegas (Discusión |contribuciones) [46]
- David (Discusión |contribuciones) [1]
- Fátima (Discusión |contribuciones) [1]
- Pilarr (Discusión |contribuciones) [1]